
Cuando tenía unos trece o catorce años, compré una colección de postales de correo con reproducciones de pinturas cubanas. Me parece que las compré en la librería Lalo Carrasco, que existía en el ala sur del “Habana Libre” (Hilton). De colores brillantes, las miraba una y otra vez. Seguí a los pintores a través del tiempo, en museos y galerías. En libros y catálogos por todo el mundo. Portocarrero, Bermudez, Milian, Pelaez, Lam, Victor Manuel, y algunos otros. De Portocarrero había una Flora inmensa en el bar de Las Cañitas, en el mismo hotel. Y un inmenso mural de Bermúdez bordeaba como una cenefa la planta baja. Losas de cerámica en las aceras, que aún estaban limpias y pulidas, también tenían el sello de estos grandes. Tenía que recorrer este camino todos los días para ir a la escuela, ¡no lo iba a conocer! Podía evitarlo, pero lo prefería por el simple placer de recorrerlo. Recuerdo especialmente una de las postales. Eran tres musiquitos que me recordaban algo a las señoritas de Avignon, pero con colores tropicales y cierta alegría, cierto brillo y cierto brío… El pintor de los musiquitos de esta historia ha muerto hoy en Miami. Cuando salió de Cuba en 1967, dejó de existir para la cultura cubana y nunca más se incluyó en “una colección de postales de correo”. El “inmenso mural” fue destruido por el odio. Pero quedó en la memoria de la adolescente que todos los días recorría el camino por puro placer.
Muchos años después, volví (“cargada de dólares”), a la librería. Ahora era una tienda de ropas de pobre manufactura y baratijas traídas de Panamá. Había seguido el camino del pintor cuando tuve lucidez para hacerlo, y ya no era cubana. Apenas pude distinguir las cerámicas de la acera mugrienta.
Me quedan en el alma el brillo y el brío de aquellos Musiquitos de Cundo.
Muchos años después, volví (“cargada de dólares”), a la librería. Ahora era una tienda de ropas de pobre manufactura y baratijas traídas de Panamá. Había seguido el camino del pintor cuando tuve lucidez para hacerlo, y ya no era cubana. Apenas pude distinguir las cerámicas de la acera mugrienta.
Me quedan en el alma el brillo y el brío de aquellos Musiquitos de Cundo.