No se dejen engañar. “Talco” no es un drama de tocador, sino otra creación acerada de un autor que pretende describir al “hombre nuevo”. Ese eufemismo. Si su lectura puede producir reacciones somáticas en el más sereno de los mortales, su tangibilidad corpórea en las tablas puede acarrear, más allá de un estremecimiento profundo, el repudio orgánico al orden social que lo ha engendrado. Se unen de nuevo, la pluma de Abel González Melo con la constante experimentación escénica de Alberto Sarraín, para lanzar un cubo de mierda a los que aún defienden lo indefendible. Otra lectura sería mantener el juego de ambigüedades intelectuales de los que, aferrados a la cerca, no quieren desatar las iras del Poder. Los que insisten en llamar al vino, pan, y a éste, vino. Metáfora gastronómica, que roza con la política, pero no se enfanga en sus lodos. De forma que los artistas siguen siendo artistas, aunque se permitan ciertas licencias que parecen socavar el Orden, pero que en última instancia van a incidir en una élite, conocida por su inmovilismo por estas tierras. Al gran público, alimentémoslo con telenovelas de lejana realidad y muchas consignas. Al fin y al cabo, todos repetirán a coro: “La calle es de Fidel!”
“Talco” pertenece a una trilogía, que su autor ha llamado “Furias de invierno”. “Chamaco” y “Nevada”” le preceden. De esta forma el autor va desprendiéndose de su propia primavera existencial y penetra en un “verano” de madurez creadora. En las tres piezas, rebusca en los fondos bajos del mundo moral. Utiliza el recurso de envolver a los personajes, a través de la casualidad, el “destino”, la “voluntad de los dioses” (¿griegos?), en torno a un objeto común del deseo. La situación se desarrolla en la nocturnidad, (Fiilm Noir), junto a la decadencia física de una hermosa ciudad por la que han pasado un tsunami, un huracán, una guerra y un terremoto de destrucción ideológica. Cuando no queda nada, queda el deseo. Y así arma una trama donde el corrupto puede ser un policía, un administrador, una empleada, un médico, un juez, o todos a la vez, y donde explota, se hace añicos, aquella, (ahora anacrónica), forma primaria de organización social que llamamos familia. Pero el discurso dramatúrgico no es ostensible. El Pathos se enreda en el rechazo y el asco antes de encontrar su camino. Comprobé con estupor durante las representaciones de “Chamaco” en el teatro Trail, como muchos espectadores se perdían en este laberinto. Con tal que la semilla límbica “prenda”, germine, algún tiempo después, estamos salvados.
Llama la atención que en todas las reseñas de estas tres obras, producidas a raíz de su puesta en escena, versión cinematográfica o premiación, aparece una constante determinación a explicar que “esta historia puede suceder en cualquier parte”, “tan universal que se representó en Turquía”, “decadencia social del siglo XXI”, etc., que intenta disolver el significado local a través de significantes universales. Los críticos cubanos han tratado de esta manera de “pasar gato por liebre”, sin hacer referencia a los conflictos existenciales que atraviesan estos individuos en virtud de haber participado en un proyecto social que ha impuesto penurias y sacrificios a una nación durante medio siglo y cuyos resultados se observan en “Máshenka, Ladura”, “Javi, El Ruso”, “Zuleidy, La Guanti” y “Álvaro, El Cherna”, los personajes de Talco. De esta manera tratan de soslayar las iras del Poder y permitir la difusión de una obra por demás contestataria. Pero, ¿hasta cuándo se va a jugar con la cadena sin mencionar al Mono?
Recomiendo asistir a esta puesta en escena de Alberto Sarraín, en el Teatro Abanico. Un trabajo exquisito de dirección de actores, escenografía del maestro Eduardo Arrocha, y el texto arrollador de González Melo. Ya sé que es muy fuerte. También lo son los mítines de repudio y los muertos en las cárceles o en las barrigas de los tiburones del Estrecho.
Por cierto que las fotos de Julio de la Nuez son excelentes.
Sólo para adultos adultos.
“Talco” pertenece a una trilogía, que su autor ha llamado “Furias de invierno”. “Chamaco” y “Nevada”” le preceden. De esta forma el autor va desprendiéndose de su propia primavera existencial y penetra en un “verano” de madurez creadora. En las tres piezas, rebusca en los fondos bajos del mundo moral. Utiliza el recurso de envolver a los personajes, a través de la casualidad, el “destino”, la “voluntad de los dioses” (¿griegos?), en torno a un objeto común del deseo. La situación se desarrolla en la nocturnidad, (Fiilm Noir), junto a la decadencia física de una hermosa ciudad por la que han pasado un tsunami, un huracán, una guerra y un terremoto de destrucción ideológica. Cuando no queda nada, queda el deseo. Y así arma una trama donde el corrupto puede ser un policía, un administrador, una empleada, un médico, un juez, o todos a la vez, y donde explota, se hace añicos, aquella, (ahora anacrónica), forma primaria de organización social que llamamos familia. Pero el discurso dramatúrgico no es ostensible. El Pathos se enreda en el rechazo y el asco antes de encontrar su camino. Comprobé con estupor durante las representaciones de “Chamaco” en el teatro Trail, como muchos espectadores se perdían en este laberinto. Con tal que la semilla límbica “prenda”, germine, algún tiempo después, estamos salvados.
Llama la atención que en todas las reseñas de estas tres obras, producidas a raíz de su puesta en escena, versión cinematográfica o premiación, aparece una constante determinación a explicar que “esta historia puede suceder en cualquier parte”, “tan universal que se representó en Turquía”, “decadencia social del siglo XXI”, etc., que intenta disolver el significado local a través de significantes universales. Los críticos cubanos han tratado de esta manera de “pasar gato por liebre”, sin hacer referencia a los conflictos existenciales que atraviesan estos individuos en virtud de haber participado en un proyecto social que ha impuesto penurias y sacrificios a una nación durante medio siglo y cuyos resultados se observan en “Máshenka, Ladura”, “Javi, El Ruso”, “Zuleidy, La Guanti” y “Álvaro, El Cherna”, los personajes de Talco. De esta manera tratan de soslayar las iras del Poder y permitir la difusión de una obra por demás contestataria. Pero, ¿hasta cuándo se va a jugar con la cadena sin mencionar al Mono?
Recomiendo asistir a esta puesta en escena de Alberto Sarraín, en el Teatro Abanico. Un trabajo exquisito de dirección de actores, escenografía del maestro Eduardo Arrocha, y el texto arrollador de González Melo. Ya sé que es muy fuerte. También lo son los mítines de repudio y los muertos en las cárceles o en las barrigas de los tiburones del Estrecho.
Por cierto que las fotos de Julio de la Nuez son excelentes.
Sólo para adultos adultos.
5 comentarios:
Muchas verdades sin medias tintas. Fabuloso.
Muy buen texto, me encantaría ver la obra, pero ya se estrenó en Cuba?
No, hoy es el estreno mundial!
Este artículo está bueno, pero es un poco picúo...
En que quedamos Sr/SRa Monoeyuca, si esta picuo no puede estar bueno.
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