jueves, 21 de mayo de 2009

Guillermo Rosales

Conocí a Guillermo en 1991, o quizás 1992. Por entonces visitaba una clínica en Coral Way, donde veía pacientes los martes. Muy a menudo los administradores me pedían que atendiera a algún paciente de MEDICAID, lo que era lo mismo que trabajar por amor al prójimo, porque este “seguro de salud” para los mas necesitados no pagaba servicios psicológicos. Un día me dijeron: “Ahí hay uno que te va a gustar. Dice que es escritor”.

(Los pacientes de MEDICAID, resultaban siempre deshabilitados, con condiciones crónicas y enormes necesidades sociales. Visitaban al psiquiatra, durante escasos cinco minutos para buscar su “refill” de medicamentos. Alguna vez alguien tuvo ganas de ser oído, de buscar de la palabra alguna “cosita que ayude al vivir”. Por lo general mis intervenciones eran psicosociales, que no de “terapia profunda”, porque se trataba de eso, para “resolver”.)

“Dile que entre”. Y entro un hombre alto, quizás se veía mas alto, porque era puro hueso, piel tostada, cierta seriedad que parecía pose, aquella ropa que caía como en un perchero, los pasos largos, y unos ojos que intentaban horadarme hasta las entrañas, no vaya a ser que me agredas. Tanta elegancia vestida con harapos y por eso mismo soberbia. Guillermo quería que le preguntaran, que es lo normal, y eso hice. Un derroche de elegancia, de buena dicción, de maneras educadas, de contarme su vida.

La semana siguiente, llegué muy temprano, y cuando salía del estacionamiento lo vi, parado en la esquina, con aires de yonofui o de yosíse. “Déjelo para el final”. Y otra vez la historia. Me traía un volumen de Boarding Home y muchas historias. Se enredó en historias torcidas de gentes que parecían mucho más torcidas que las propias historias. Que de nada sirvió el premio “Letras de Oro”, que el editor, gordo y abusivo se había quedado con todo. Que era lo mismo, aquí que allá.

(Apenas dos años después de mi internado y sin siquiera llegar a los cuarenta años, hablar con un esquizofrénico (por diagnóstico) tan genial, podía ser un reto. Y lo era. Cuando una está acabada de graduar, quiere ayudar y quiere ayudar, (mezcla de ignorancia y buena voluntad). y a veces no sabe cómo. Traté.)

La semana siguiente, después de leer “Boarding Home”, ya se trataba de un asunto serio. Y así fue durante meses. Guillermo había cogido algunas libras, pocas, pero suficientes para desplegar su elegancia. El mismo decía: “En labana me decían Lord Jim”. Un día me trajo un manuscrito sin editar: “El Juego de la Viola”, era una serie de viñetas de polimorfos perversos. Me recordó la obra de Goldin, “Lord of the Flies”, que igual que “la Viola” no tuvo mucho éxito al principio. No se qué cuento me hizo de Cuba, donde lo habían aplastado. Nada nuevo. Cuando le devolví el manuscrito, me dijo que se lo llevaría a Carlos Victoria, que lo iba a ayudar. (Ya son dos los muertos).

(Mi relato no incluye los elementos de psicoterapia, de asuntos íntimos de la vida, que no se ventilan, ni con la muerte, como no sea para propósitos científicos. El tiempo pasaba y “progresábamos”. Uno de mis mejores instructores en el doctorado me había hablado del “enmeshment”. Esto se parecía mucho a eso.)

Por entonces tenía mucho trabajo, (creo que hasta el día de hoy), y tenia que cubrir unos cuantos hospitales. Participaba en un proyecto, uno de los primeros, (y fallido) contra el Alzheimer. Y un martes no pude ir a la clínica. Cerca de las dos de la tarde me llamaron al cellular, (móvil que parecía un ladrillo). “Aquí está Guillermo, que no se va hasta que tu llegues”. Y fui.

Pasaron los meses y mis visitas a la clínica fueron mucho más esporádicas. Un día, me encuentro a Guillermo todo averiado. ¿Qué pasó? El cuento que cuento me lo contó él: “Unos tipos, que estaban en la acera me dijeron maricón, y les fui pa’rriba”. Me imagino a Lord Jim, caminando con sus pasos largos, escuálido, que miró de pronto, (aunque venía midiéndolos desde mucho antes), a unos guapos en Little Havana, su mirada podía ser a la vez profunda y taciturna, su aire deotroplaneta, su sensibilidad a flor de piel, sus paranoias, sus resortes de defensa, su fragilidad de gigante, su aprendizaje en un mundo sórdido, allá y aquí, donde parece no haber espacio para los diferentes. Me imagino a los guapos abusivos, y los huesos de Guillermo en la acera.

Pasó el tiempo y pasé unos meses sin ir a la clínica de Coral Way. Por entonces trabajaba 24X7. Una llamada: “Doctora, vinieron los de medicina legal, a buscar los files de Guillermo”. ¿Qué pasó? “Se mató”.

Hoy se lanza, en una librería de New York, una edición en inglés de Boarding Home, la novela de Guillermo Rosales que ganara el Premio Letras de Oro en 1987. (He comprado unos diez volúmenes de este libro en su edición original para regalarlo a supervisados y estudiantes en el sur de la Florida). La traductora, Anna Kushner, le ha cambiado el nombre por “The Halfway House”, que en realidad no tiene mucho que ver con el “home”, (Assisted Living Facility), que describió Rosales. Hoy es un día para recordarlo.

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