lunes, 29 de noviembre de 2010

Lezama Lima el dia de Thanksgiven


Esto me lo regalaron por Thanksgiven, y aunque apenas tengo tiempo de escribir en el blog, me parece reflexión necesaria, para indagar por qué los cubanos somos tan desmemoriados:

(foto de Ivan Canas, tomada de internet)
«En nuestra expresión lo mismo se pierde el rasguño de los primeros años que lo más rotundo y visible de lo inmediato. Lo mismo perdemos un anillo hecho por Darío Romano, nuestro primer platero en el siglo XVI, que se inutiliza por la humedad un baúl lleno de la letra de José Martí en el anteayer que viene sobre nosotros como una avalancha […] Casi todo lo hemos perdido, los crucifijos tallados y el cuadro de la Santísima Trinidad, de Manuel del Socorro Rodríguez; las recetas médicas de Surí puestas en verso; las frutas pintadas por Rubalcava; las aporéticas joyas de Zequeira, pérdida en este caso más lamentable todavía puesto que nunca existieron; las pláticas sabatinas de Luz y Caballero; las cenizas de Heredia; la galería de retratos de capitanes generales, de Escobar; alguna mancha de Plácido en el taller de Escobar; las pulseras, he visto una de hilos de seda que era un primor, y las peinetas de carey, de Plácido; una receta de manjar cubano hecho por Manzano; no conocemos ni siquiera un sermón de Tristán de Jesús Medina, brillante y sombrío como un faisán de Indias; el recuerdo de alguna sobremesa de Martí niño con sus padres, donde tiene que estar el secreto de su cepa hispánica y de su brisa criolla, que une como una suprema sabiduría la madre y el caudal del río; sabemos que Julián del Casal hizo aprendizaje y algunos intentos de pintar, nadie ha visto una de sus telas de aficionado; en el museo no hay un solo cuadro de Juana Borrero, sus Negritos son para la única pintura genial del XIX nuestro. Todo lo hemos perdido, desconocemos qué es lo esencial cubano y vemos lo pasado como quien posee un diente, no de un monstruo o de un animal acariciado, sino de un fantasma para el que todavía no hemos invencionado la guadaña que le corte las piernas».

domingo, 10 de octubre de 2010

Maria Zambrano y el exilio

“…la patria es el mar que recoge el rio de la muchedumbre. Esa muchedumbre en la que uno va sin marcharse, sin perderse, el Pueblo, andando al mismo paso con los vivos, con los muertos. Y al salirse de ese mar, de ese rio, solo entre cielo y tierra, hay que recogerse a si mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre. No hay que arrastrar el pasado, ni el ahora; el día que se acaba de pasar hay que llevarlo hacia arriba, juntarlo con todos los demás, sostenerlo. Hay que subir siempre. Eso es el desierto, una cuesta, aunque sea en el desierto. Esa cuesta que sube siempre y por ancho que sea el espacio a la vista , es siempre estrecha. Y hay que mirar, claro, a todas partes, atender a todo como centinela en el último confín de la tierra conocida. Pero hay que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que no se hunda, para que no se nos vaya. Y para no ir uno, uno mismo, haciéndose pedazos. No hay que arrastrar el pasado, ni tampoco olvidarlo…”

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Fidel Castro, Chocho en Jefe

Alexander Cockburn es un periodista y ensayista estadounidense-británico, que escribe en Counter-Punch, una publicación de la izquierda de EEUU.

Fidel Castro: el otoño del chocheo
Por Alexander Cockburn (*)

Algunos dirigentes políticos maduran en el ocaso: el octogenario Jimmy Carter es a menudo más sensato ahora de lo que lo fue hace cuarenta años.
Otros ahorran al mundo sus cábalas nocturnas, no siempre voluntariamente: Ronald Reagan sucumbió al Alzheimer; Ariel Sharon sigue con vida vegetativa, pero está muerto para el mundo. Desgraciadamente, Fidel Castro se rompió un brazo y una rótula cuando trastabilló en aquel malhadado escalón de cemento hace seis años. Ojalá que también se hubiera partido la lengua, ahorrándoles a sus antiguos admiradores, entre los que me cuento, el espectáculo de ver precipitarse en el disparatario a quien fue un gran revolucionario.
Si el presidente Raúl Castro quiere defender los méritos de Cuba en materia de derechos humanos, no tiene sino que recurrir al hecho de que su hermano no ha sido destituido de su cargo como Primer Secretario del Partido Comunista y arrojado en una celda aislada de la Casa de Dementes, el hospital psiquiátrico de La Habana. Lejos de eso, Fidel tiene acceso irrestricto a la radio estatal y al periódico oficial Granma.
Desde esos dos medios, Castro, con 84 años, ha venido soltando un chorro continuo de disparates.
Memorable entre sus incursiones en el delirio fue su brote de conspiracionismo en el sexto aniversario de los ataques al Trade Center neoyorquino y al Pentágono, sin que se le escatimara desde la televisión cubana la lectura entera de la descabellada pieza por parte de un locutor de plantilla.
Castro sostuvo que el Pentágono fue alcanzado por un misil, no por un avión, porque no se halló traza de los pasajeros. "Sólo un proyectil pudo haber creado el orificio circular ocasionado por el pretendido avión", según Fidel. "Fuimos engañados, igual que el resto de los habitantes del planeta". Un sinsentido, huelga decirlo. Se encontraron restos de los pasajeros del avión que impactó en el Pentágono: dientes y otras partes, con el ADN correspondiente. Centenares de personas vieron el avión, personas que conocían la diferencia entre un avión y un misil de crucero. La chatarra del avión se desescombró del lugar.
Es natural que dirigentes máximos como Castro sean conspiracionistas por disposición. Puesto que son obsesos del control, lo azariento y lo accidental les resulta ajeno a su marco de referencia. Si ocurrió, ocurrió por algo. Y si lo ocurrido fue malo, lo más probable es que se trate de una conspiración.
Más recientemente, a principios de agosto del presente año, Castro comunicó a su audiencia en Cuba y en el mundo entero su simpatía por uno necio tópico, cual es la creencia de que el mundo está dominado por el Club Bilderberg.
El octogenario expresidente cubano publicó un artículo el pasado 18 de agosto, difundido a través de tres de la ocho páginas del órgano del Partido Comunista, Granma, citando in extenso el libro del escritor de origen lituano Daniel Estulin, Los secretos del Club Bilderberg (2006), según el cual los Bilderbergs controlan todo, lo que significa que deben de tener un cargadísimo orden del día en la única actividad que desarrollan públicamente: una sesión de tres días una vez al año. Claro está que también se hablan mucho por Skype y se devanan los sesos conspirando y planeando maldades desde sus teléfonos móviles.
Los seguidores del programa radiofónico de Alex Jones, un santuario del conspiracionismo, recordarán sin duda la declaración de Estulin en 2007, según la cual habría "recibido información de fuentes internas a la comunidad estadounidense de inteligencia que sugieren que el gobierno norteamericano está estudiando un atentado para asesinar al congresista Ron Paul, porque se sienten amenazados por su creciente popularidad". Los fragmentos del libro de Estulin reverencialmente citados por Castro –que califica a Estulin como un hombre honrado y bien informado— reciclan algunas de las doctrinas de Lyndon LaRouche, uno de los conspiracionistas más alucinantes de la historia política. (Aún guardo en la memoria la afirmación de LaRouche, en un anuncio pagado en la cadena CBS en 1984, de que el ex vicepresidente Walter Mondale, que concurría contra Ronald Reagan para las presidenciales, era un "agente de influencia" de los servicios de inteligencia soviéticos. Era la época en que LaRouche estaba en estrecho contacto con la Casa Blanca de Reagan.)
A juzgar por las citas que ofrece de Estulin, Castro parece ganado por la idea, según la cual miembros de la marxista Escuela de Francfort como Thedor Adorno o Max Horkheimer, que llegaron a EEUU huyendo de los nazis antes de la II Guerra Mundial, habrían sido reclutados por los Rockefeller para popularizar la música rock a fin de "controlar a las masas" y apartarlas de la lucha por los derechos civiles y la justicia social [en los 60]. De acuerdo con Estulin, reverencialmente citado por Castro, "el hombre encargado de asegurar que a los norteamericanos les gustaran los Beatles fue el propio Walter Lippman".
De modo, pues, que Castro cree que los Beatles fueron inventados por los Rockefeller y que Walter Lippman, el famosos columnista que, ya talludito, escribió el borrador de los 14 Puntos del presidente Wilson en 1918, pudo llegar a coronar su carrera político-literaria 50 años más tarde, en 1968, enviando a los Beatles el texto lírico de Revolution, con su desmovilizador mensaje: "Dices querer una revolución / Bien, ya sabes / Todos queremos cambiar el mundo /… Pero cuando hablas de destrucción / Ya sabes que no puedes contar conmigo". (Yo creo recordar que Lennon escribió realmente la canción como respuesta a mis amigos Tariq Ali y Robin Blackburn, quienes en su calidad de miembros de la New Left Review y de la IV Internacional habían sugerido a Lennon que los Beatles arrimaran el hombro para financiar la causa revolucionaria.)
Y ahora el último brote de imbecilidad política de Castro ha sido conceder una entrevista a Jeffrey Goldberg, del Atlantic, permitiendo al hombre que el propio Castro describe como "un gran periodista" citar a Castro diciendo que el modelo económico cubano ha sido un desastre.
Goldberg es un periodista atroz, cuyo más notable logro ha sido colocar en el semanario The New Yorker una larga pieza en favor del ataque a Irak en 2003, uno de los ejercicios de desinformación más efectivos destinados a orientar al Congreso y a la opinión pública a favor de la guerra. La pieza se anunciaba como reveladora "de los posibles vínculos entre Saddam Hussein y al Qaeda".
Era el momento en que el FBI y la CIA acababan de destruir la afirmación del partido de la guerra, según la cual había habido un encuentro entre Mohammed Atta y un agente de la inteligencia iraquí en Praga antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Goldberg vino a salvar los muebles de la pandilla de Bush. En el corazón de ese falsario artículo de 16.000 palabras se hallaba una entrevista en la ciudad iraquí de Sulaimaniya –controlada por los kurdos— con Mohammed Mansour Shahab, quien ofreció al ávido Goldberg todo lujo de detalles sobre sus actividades como enlace entre Osama bin Laden y los iraquís, pasando armas y otros materiales y equipos.
La pieza fue recibida con alborozo por la administración Bush, como una prueba del vínculo. El golpe de gracia a la credibilidad de Goldberg llegó el 9 de febrero de 2003, en el London Observer, y lo dio Jason Burke, el reportero en jefe de la publicación londinense. Burke visitó la misma prisión en Sulaimaniya, habló con Shabab y dejó establecido fuera de toda duda que la gran fuente de Goldberg es un mentiroso particularmente torpe, que ni siquiera conocía la apariencia física de Kandahar, con quien decía haber viajado para negociar con bin Laden. Fantaseó falsariamente con la esperanza de ver reducida su condena. Huelga decir que la demolición de Burke no fue noticia para la prensa estadounidense. Y se calla por sabido que el New Yorker jamás se disculpó por haber publicado el cuento de Goldberg, desde luego tan dañino como cualquiera de los artículos publicados por Judith Miller en el New York Times.
Puesto que Castro ha andado últimamente pregonando alarmas sobre un posible ataque a Irán, resulta estupefaciente verlo ahora elevar a Goldberg, un antiguo miembro de la Fuerza de Defensa de Israel, al panteón periodístico y esforzándose por pintar a su compañero de armas conspiracionistas en el 11-S, el presidente iraní Ahmadinejad, como a un antisemita.
Una parte de la izquierda ha querido ver en las displicentes observaciones de Castro sobre el modelo económico cubano una maniobra táctica para ayudar a su hermano a poner por obra las "reformas" que harán perder su puesto de trabajo a entre medio millón y un millón de cubanos. Yo lo veo como una loca falta de juicio de Castro, que primero dijo a Goldberg que "el modelo cubano no funciona ya más, ni siquiera para nosotros", para luego decir que había sido malinterpretado y que lo que quería decir era exactamente lo contrario. Obviamente, un sinsentido. Luego, Castro –entre varias otras cosas de mal gusto— llevó a Goldberg a una exhibición de delfines. Y yo me dije: encierren al viejo loco, liberen a los delfines y conviertan la exhibición en un parque temático de todos los intentos de la CIA para matar a Castro, incluidas trampas en un arrecife coralífero. Ironías de la historia: la CIA falló, y hete aquí que Castro se pone a la tarea, asesinando semana tras semana, metódicamente, su reputación

martes, 24 de agosto de 2010

Teatro del absurdo en Hamburg

El pie de grabado: "Princesa lesbiana pide libertad de cinco espias homosexuales en USA"

(original en "La loca del blog")

lunes, 2 de agosto de 2010

La vieja dama visita el Artime

La semana pasada tuvimos de visita al Grupo Buendía de Cuba, que dirige Flora Lauten. Nunca había visto a Buendía, pero los comentarios de otros que si lo habían hecho antes, permitían esperar una puesta excepcional. Ya se habían recibido noticias sobre la representación en Chicago. Por lo general, cuando subimos las expectativas tan alto, la realidad suele desmoronar los sueños. Y así fue.
Pudimos disfrutar allí de buenas interpretaciones de canciones populares muy familiares, quizás nostálgicas. Las múltiples alusiones a las necesidades materiales de la infinita, representadas por el pueblo de Gula fueron obvias. Y eso siempre se disfruta por aquí, con cierto morbo, por aquello de comprobar una vez más que no nos hemos equivocado. Me imagino, (quiero imaginar), que con toda intención la puesta reproducía una suerte de cabaret con plumas, lentejuelas, bailes exagerados, mañas de burlesque convencional, poco amañado. El desenfado isleño sobre las tablas, aquello de no tomar en serio ni nuestros peores vicios. El desenfado, tan saludable para bregar con la pena, a veces. El desenfado que nos permite cambiar de palo pa’ rumba y convertir el revés en victoria al ritmo de un son. Imagínenos a Hamlet, que ha colgado la carabela de un grueso cadenón dorado, viste su ropa de negro, holgada, los pantalones dos palmos bajo la cintura y declama su monólogo/raguetón: “Jama o no Jama, this is the question”. Algo así.
Parecería que la fina línea entre drama y comedia que caracteriza la obra de Dürrenmatt se había perdido. La sutileza del suizo, en “esfumato”, como la pintura de Leonardo. Sigo pensando que ese mensaje, (estético o moral) que apenas se adivina es el que llega lejos.

viernes, 23 de julio de 2010

En los altos de una gomera: Oda a la Tortura. Segunda (y última) Parte

Hablemos de la factura.
En más de una ocasión se ha visto que con pocos recursos se puede producir el objeto de arte; que muchos dineros se convoquen para un resultado carente de ángel. Algunos, exagerados, llegan a afirmar que las penurias materiales son condición sine qua non para exacerbar la creatividad. De nuevo, y en la misma línea de “La Oda...”, las generalizaciones resultan infelices, aun cuando las producciones de Teatro en Miami Estudio apuntan en esa dirección. Cuando Ernesto García afirma que la producción de su última puesta ha costado $75, olvida reclamar los llamados gastos “in-kind”. Entonces esta cifra se multiplicaría por 40 o 50, para retribuir merecidamente a los participantes. Y así vamos.
Costuras, las hay. Dos actores de grandes ligas se combinan con dos de menores y el resultado es bueno. Quizás el torturado debió alternar el lloriqueo perenne con silencios o texto, quizás el torturador de pueblo debió desarrollar otra gestualidad para indicar que le daba agua sucia al torturado, (lo del cepillito no convence). Sin embargo, ambos actores, Peraza y Casalla, demuestran dar pasos sólidos en el camino de la actuación. Enhorabuena. Los otros dos, Sandra García y Jorge Hernández, impecables. En particular me entusiasma que Sandra se aparte de algunos manierismos que venían repitiéndose en las últimas actuaciones y regale el depurado trabajo de que es capaz. Esta no es una obra de actores, es una obra de equipo y el equipo lo consigue. Música, luces y composición de escena se combinan armoniosamente, esta vez con la feliz contribución de Ludwig van Beethoven. Feliz contribución porque de lo contrario todo tendría la misma autoría y quizás la incorporación de otros creadores, (lo repito), enriquecería el trabajo de TEMS, donde no cabe duda que en los altos de una gomera, se hace buen teatro.

jueves, 22 de julio de 2010

En los altos de una gomera (primera parte)

Para los que amamos el teatro, la nueva propuesta de Ernesto García en la pequeña sala de TEMS, no puede menos que asombrarnos. Algunas ideas son difíciles de digerir. Por aquello de que la realidad no es blanca ni negra si no que adquiere todos los tonos de grises, que al común de los mortales le suele resultar más dificil de aceptar que la alternativa lapidaria y en ocasiones numantina. Si no estás conmigo, estás contra mí, justos y pecadores, patria o muerte, el cielo y el infierno, el odio y el amor, y cualquier otro extremo de simple colocación en el imaginario común.
Antes de asistir a la representación escuché comentarios respetables que, alarmados, encontraban la propuesta demasiado “relativista”, poco comprometida, (con qué o con quién); “pero si hasta quiere hacernos creer que el torturador es bueno!”
Mi lectura, (y qué bueno que hay muchas lecturas!), sin embargo, fue diferente. Con un excelente uso del llamado “multimedia”, con un profundo dominio de la composición escénica, el autor/director retoma el tenebroso y antiguo oficio de la tortura para invitarnos a repensar los múltiples ángulos desde los que podemos abordar la realidad. Un torturador de profesión recurre a discernimientos de dudosa moralidad, pero aún así, plausibles, para justificar o proveer de cierta racionalidad su oficio. Por otra parte, los “revolucionarios”, que quieren cambiar el mundo y con ello la injusticia social, acuden a las acciones terroristas, donde mueren inocentes. El torturador entiende su oficio digno y evita atascarse en la disonancia cognoscitiva que agrede a todos por igual. Entonces se salva, a sus ojos. Los “revolucionarios”, que históricamente han apelado a la política de fines, (whatever works), no importa por qué medios, buscan una sociedad mejor. No importa si vascos, irlandenses, montoneros o extremistas musulmanes; no importa contra qué poder, no importa contra qué abuso. Los múltiples Rashomons verán diferentes verdades, que quizás se compensen. Y a nadie le asiste la única verdad.
Me atrevería a asegurar que Ernesto García pertenece a una generación que aprendió duramente a rechazar los extremos, las buenas intenciones, las verdades lapidarias. Y lo expresa de esta manera. A mi se me ocurre un discurso mas civilizado que otros.