martes, 21 de octubre de 2008
Elecciones. Primera Parte. (Entendiendo a Joe el plomero).
En una discusión, -enredados en el “fragor de una batalla”, defendiendo puntos de vistas, ideas, valores estéticos, modelos económicos, opuestos y ni siquiera tan opuestos-, solemos adoptar los humanos posiciones extremas. Ocurre entre dos amigos, entre hermanos, amantes, facciones en una asamblea legislativa, partidos y naciones. Se descubre de pronto, si se repiensa, que hemos dicho algo que ni siquiera creemos completamente, pero que en ese momento constituye un argumento demoledor para el contrincante. Y si ha cumplido su cometido, ni queda resquemor en la conciencia. (En el Bhagavad Gita, Arjona se siente desfallecer cuando comprueba que tiene que matar hermanos honorables; y sabemos, (creemos) del miedo y el temblor de Abrahán ante la elección de sacrificar su hijo. Pero estos conflictos morales parecen más propios de la lírica teleológica que de la práctica social). Si la batalla se prolonga por décadas que se hacen siglo, el resultado es la formación de una ideología que envuelve a los seres sociales sin dejar espacio a la comprensión última del conflicto. Es así que durante la extrema polarización, (histórica) entre Estados Unidos y el bloque soviético comunista, el primero ha generado un individuo medio de corte “centro-derecha”, por llamarlo de alguna (tímida) manera, que ni entiende su entorno, pero aplaude cualquier idea que incluya la no existencia de controles gubernamentales y regulaciones. El mercado ha de ser libre, porque posee intrínsecamente la propiedad de regenerarse y mejorarse, y ya veremos que pasa. Creo que ya estamos viendo lo que pasa. Fue tanto el horror que sentimos ante los poderes ubicuos de los estados totalitarios que terminamos tirando al niño con el agua de la bañera. El efecto puede observarse en otros contextos. (Cansados del latrocinio de gobiernos “centristas” llamados democráticos, los venezolanos eligieron por votación a un dictador irresponsable con mensajes populistas. Ahora, me parece que son muchos los que dicen como la Mora de Trípoli: ¡Oh mar, oh mar, devuélveme mi perla!)
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